vivir
Es otro día más que
amanece en la fraga para Bruno y su compañera de vida, Robledo. Los años pesan
sobre sus espaldas mientras pasan los días en el triste hospital que es la
vida, pero no se siente poco afortunado, porque tiene la suerte de ver girar el
mundo desde la ventana de su casa y no desde una camilla de un hospital no-metafórico.
Se incorpora en su lecho
y hace someras reflexiones sobre el sentido de las cosas que hará hoy. No se
desanima ante las circunstancias que vive, porque no le falta un trozo de pan
que llevarse a la boca en estos tiempos y además sabe que uno de sus hijos, que
trabaja al lado de su casa, siempre tiene 5 minutos para pasarse por la ventana
y recoger un bote de pisto manchego que Robledo ha preparado con cariño para él
y para su nieto. Es su mejor momento del día y es por ello que pasa las horas
esperando sentado, como los antiguos bohemios, frente al cristal.
Como el protagonista de
aquel poema de Mallarmé, él se pierde en lo ensoñamientos que el reflejo de las
ventanas le han inducido, quizás piense durante unos segundos en la juventud
perdida y el tedio de este momento, quizás piense durante unos segundos en lo
mucho que luchó en el pasado para que él y sus hijos vieran la luz al final del
túnel en una época oscura, pero nada de eso, Bruno solo piensa en poder volver
a abrazar a sus hijos y nietos o en volver a solucionar las injusticias del
Mundo mediante debates interminables con su hermano. En definitiva, solo piensa
en no volver a pensar y en vivir la vida como antes la conocía.
Después de comer llega el momento de sentarse un rato frente al televisor. Los segundos, los minutos, las
horas, los días, las semanas…todo pasa y sabe que la vida es fugaz y que se
escapa la juventud en todas las esquinas, por ello se compadece de sus nietos
más que de sí mismo. Entiende que la vida es un teatro en el que hay unos
papeles más importantes que otros y que el suyo, según dicen en la televisión,
no vale tanto. Este viejo, que un día fue el más valiente de los luchadores, al
escuchar hoy esas palabras, agacha la cabeza a fuerza de aceptación. Vive hoy
en el ultílogo de una fatídica obra teatral.
No obstante, deberían ver
ustedes como levanta Bruno con orgullo la cabeza, cuando Robledo le dedica
alguna gracia andaluza. Aquello es para él como para el diabético necesitado un
chute de insulina, siempre le arregla un mal momento. “¿Cuántos viejos como
nosotros no tendrán la suerte de pasar esto acompañados?” le pregunta a su
esposa. Esta le responde con una suave sonrisa mientras se acerca al sofá para
sentarse a su lado.
Agarrando entonces la
marchita mano a su marido y clavando sus ya apagadas pupilas en él, le
contesta: “sabes que la vida es desagradecida, cariño, sobre todo con
nosotros”. Redirige Bruno la mirada ahora al televisor donde se
escucha el diálogo de la serie de todas las tardes como un eco que se
pierde en la inmensidad del silencio recordándole que la vida no es más
que eso, un eco que se pierde y repite generación tras generación.
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